¿Me bajo de Spotify, que dicen?
No sé si estoy del todo a favor de los boicots digitales o si efectivamente tienen algún impacto, pero después de muchos años me hago seriamente esta pregunta: ¿por qué seguimos consumiendo música en Spotify?
En lo personal, me siento un poco liberado de escribir esto y me encantaría escuchar sus opiniones o sensaciones.Tuve un sello 10 años allá por el 2009, trabajé en distribución digital otros 5 años y necesité poner a las plataformas en un lugar central (de ellas dependía “el éxito”), en ese periodo trabajé con muchísimos artistas: Gustavo Santaolalla, Ca7riel y Paco, La Mona Jiménez, La Delio Valdez y Juana Molina, entre otros. Todos, de una u otra manera, estaban expuestos a las reglas del posicionamiento de las plataformas, en particular, de Spotify. Esta búsqueda constante me generó un desgaste enorme y hasta dejé de disfrutar la escucha de música. Mi cabeza razonaba algorítmicamente, viendo si un tema podía o no ser “efectivo” para posicionarse en una playlist. Y llegué a pensar que no había alternativas.
Es cierto: es una plataforma tecnológica impresionante, sólida. Pero… ¿Eso justifica el manoseo que la música y sus creadores vienen sufriendo desde hace tantos años?
¿Y cuáles serían los motivos?
1- Daniel Ek, su CEO, es un capítulo aparte. La novedad: hizo una inversión personal de €600 Millones en fondos vinculados a empresas que fabrican drones utilizados en conflictos bélicos. La gota que rebasó el vaso y abrió la puerta de la desuscripción masiva.
2- Las regalías son otro gran tema: la escalabilidad se impone por sobre la diversidad. Un informe reciente de IMPALA expone cómo las decisiones de la plataforma afectan directamente a sellos y artistas independientes (hasta un 70%) en base a los topes de pagos.
3- Los “fake artists”, como describe Liz Pelly en su libro The Mood Machine, están reemplazando la música real para optimizar el rendimiento económico de las playlists (para Spotify, claro).
4- Los algoritmos, que eventualmente nos hacen descubrir joyas ocultas, pero la mayoría de las veces solo nos empujan hacia el embudo del gusto: una dieta de comida chatarra digital creada para que no pasemos el track, para que no pensemos, para que no nos desviemos.
Tal vez es momento de asumir que lo que nos resulta “más cómodo”, no siempre es lo más justo.
Porque ya lo sabemos: vivimos en un modelo digital acelerado donde los contenidos culturales (música, imágenes, textos, videos) están siendo constantemente desvalorizados en plataformas masivas. La discusión, además, excede a Spotify y afecta a otras plataformas (Deezer reveló recientemente que el 18% de su contenido ya es creado 100% por IA).
En el fondo, el problema es estructural: detrás de los contenidos culturales que disfrutamos a diario hay plataformas cuyas prioridades no necesariamente son la creatividad, la calidad o el bienestar de artistas y usuarios, sino maximizar tiempo de escucha, consumo y retención. Tenemos foco en plataformas de streaming pero algo peor pasa en redes sociales. #consumodopaminico.
Por eso, la verdadera pregunta debería ser qué hacemos ahora. ¿Sirve realmente un boicot? ¿Cuántos tendríamos que ser para que tuviera impacto? O mejor aún, ¿qué acciones más efectivas y creativas podríamos intentar?
Quizá no existan respuestas absolutas, pero sí algunas acciones urgentes:
Diversificar nuestro consumo digital
No se trata de abandonar completamente Spotify, sino de explorar otras opciones como Bandcamp (o en un futuro próximo SUBVERT), plataformas descentralizadas o propuestas de consumo más consciente.
Exigir transparencia a las plataformas sobre cómo gestionan algoritmos y regalías
El caso Deezer demuestra que, si se presiona, se pueden lograr cambios significativos en visibilidad y transparencia.
Potenciar la curiosidad y la curaduría
Buscar fuentes de contenido que nos gusten, desde sellos, artistas y usuarios hasta comunidades digitales y grupos independientes que propongan alternativas y generen nuevos espacios de difusión.
Desde FUTURX, sostenemos una certeza: es momento de hacer pausa y pensar dónde estamos parados en este ecosistema digital que avanza sin detenerse. Por eso insistimos en pensar colaborativamente en alternativas reales.
Si no es Spotify, ¿dónde escuchamos música, cómo la compartimos?
La respuesta tal vez no sea única, pero sí colectiva. Lo que seguro no sirve es seguir actuando como si no hubiera alternativa. Porque las hay. Y es nuestro desafío empezar a construirlas.